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El hombre nuevo


En el tránsito de la iglesia a través de los siglos, se han desarrollado distintas visiones de lo que debería ser y hacer el “hombre nuevo”, para que el testimonio cristiano fuera pertinente y significativo. Cualquiera sea nuestra experiencia cristiana, nos cuesta tener una idea acabada sobre lo que implica ser nuevo hombre. Tendemos a reducir su significado a “hombre religioso”, o tal vez preferimos “hombre espiritual”, y con ello de inmediato establecemos dos áreas: lo material y lo espiritual; considerando a esta última superior y meta hacia la cual tender. Otra actitud es, resignarnos ante el hecho que no alcanzaremos la perfección en esta vida, y en consecuencia vivimos vidas opacas y de derrota, poniendo nuestras miras y esperanzas en el más allá.

El concepto bíblico es que el hombre es una unidad y no debería haber partes ni tensiones entre ellas; la carne sin alma no es hombre, y el espíritu sin carne no es hombre. Jesús se hizo hombre para salvar al hombre en su totalidad. Asimismo, tratamos de circunscribir al “nuevo hombre” dentro de esquemas dogmáticos y confesionales. A través de la historia cristiana hay una fuga constante del “mundo” para encerrarnos dentro de nuestros pensamientos particulares. Olvidamos el accionar del Señor, paradigma del nuevo hombre, para quien no había barreras en su acercarse a todos los hombres y mujeres de su tiempo, y así nos encontramos con expresiones como: “recibe a los pecadores y come con ellos” y sus discípulos “se maravillaron de que hablara con una mujer”.

El Señor hacía frente al desafío, riesgo y escándalo que significaba acercarse a aquellos que eran rechazados por la sociedad y la religión, llevándoles el mensaje que Dios les amaba.

A través del tiempo esta búsqueda del “nuevo hombre” se ha manifestado, entre otras formas, en el puritanismo, que en sus aspectos más radicales podía ser hipócrita y destructivo, o bien de una intransigencia tal que asfixiaba, buscando una perfección inalcanzable. Las formas extremas del misticismo, marcan otro de los rumbos que han seguido en la búsqueda del “nuevo hombre”, llegándose a la alienación total del mismo, respecto a su mundo y a sus semejantes. Otro camino elegido nos lleva al antinominalismo, tal como Pablo señalaba a los Colosenses, al asumir, que teniendo el “nuevo hombre”, no importa lo que hace el viejo.

Frente a todo ello se han levantado voces que tratan de rescatar el concepto integral de la salvación. “A partir de la persona llamada a la comunión con Dios y con los hombres, el Evangelio debe penetrar en su corazón, en sus experiencias y modelos de vida, en su cultura y ambientes para hacer una nueva humanidad con hombres nuevos y encaminar a todos a una nueva forma de ser, de juzgar, de vivir y de convivir”.

En el tránsito de la Iglesia a través de los siglos, se han ido desarrollando distintas visiones sobre lo que debería ser y hacer el “nuevo hombre”, para que el testimonio cristiano fuera pertinente y significativo. Al mismo tiempo, no podemos dejar de considerar la obra del Espíritu Santo, que se manifiesta de múltiples maneras, y que insufla poder e inspiración. La experiencia cristiana es dinámica, no ha quedado detenida en algún punto del desarrollo humano; el mensaje evangélico se renueva a través de cada edad. Tomar plena conciencia de ello es actualizar el mensaje, lo que implica un serio compromiso con la realidad que nos rodea. “Somos testigos de un nuevo hombre, el cual es definido en primer lugar por su responsabilidad hacia sus hermanos y la historia”.

La expresión “nuevo hombre”, juntamente con la expresión “viejo hombre lo encontramos en las enseñanzas de Jesús. Al hablar con Nicodemo nos presenta el tema del nuevo nacimiento, en un pasaje tan rico en implicancias evangélicas. A este maestro de la ley le costaba aprender lo que Jesús quería decirle, tanto que, en forma irónica, debe decirle: “¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto?, para llegar a las majestuosas palabras: “De tal manera amó Dios al mundo…”; éste es el punto de una nueva relación del hombre con Dios por medio de su hijo Jesucristo, es la partida de nacimiento del “nuevo hombre”.

Tendemos a referirnos a los tiempos apostólicos, por ejemplo, como si todo allí hubiera sido fácil y perfecto. Ellos tuvieron que vivir su realidad en persecuciones y embates ideológicos, religiosos y aún políticos para afirmar su fe. Todo ello dejó sus huellas y cicatrices, pero a pesar de todo, el poder del Señor se manifestó, y el Evangelio fue anunciado y la Iglesia creció y fue “sal” a través de las edades.

El tiempo actual, con todas las circunstancias negativas que pudiéramos señalar, es también parte del tiempo de la gracia de Dios, y aún es válido el llamado a cambiar nuestra actitud mental. Indudablemente nos cuesta cambiar, especialmente cuando creemos tener todo el apoyo bíblico, y no nos abrimos a la Palabra para que sea una “fuente de agua que fluya para vida eterna”.

El mensaje, asimismo, nos llama a una actitud dinámica, “que os vistáis”. Pablo usa una figura fácilmente entendible: es el acto de vestirse. No nos presenta fórmulas complicadas, como así tampoco alguno de los ritos difíciles que tanto amaba el mundo pagano y a veces, aún la iglesia. Es como si nos dijera, ya que hemos cambiado de idea, de perspectiva también es necesario que cambiemos todo el ropaje, para tomar uno nuevo. El padre del hijo pródigo había entendido esto perfectamente; el hijo había tomado el camino de regreso, había cambiado en parte su mente y había vuelto al padre; el padre le da lugar de hijo y lo viste para la ocasión. Por medio de la salvación, otorgada de gracia, volvemos a la casa del Padre y debemos “asumir el nuevo yo”, tenemos todos los privilegios y debemos usarlos. El hermano del hijo pródigo no tuvo conciencia de ello, y no había comprendido aquello de “todas mis cosas son tuyas”. Vivimos vidas pobres, por cuanto no queremos asumir nuestra identidad. No seremos “nuevo hombre”, hasta que no asumamos esta verdad: “hemos sido hechos hijos de Dios”. Nuestras limitaciones son inducidas por nuestra forma de pensar, “somos lo que pensamos”.

Pablo trata de expresar en forma contundente la verdad que está desarrollando, y nos dice que por este nuevo hombre “creado a imagen de Dios”, volvemos a ser el hombre perfecto que Dios creó, llevándonos al desafío que Dios presentó a Adán: “fructificad… multiplicaos… llenad la tierra… sojuzgadla… y señoread…” El hijo que había dejado la casa del padre vuelve a ser hijo.

Ahora bien, todo esto no se manifiesta en un vacío, o en forma desequilibrada: “se muestra en una vida recta y pura basada en la verdad”. Esta vida se manifiesta en dos dimensiones, en nuestra relación con los hombres y en nuestra relación con Dios.

En nuestra relación con los hombres, “espiritualizamos” el problema y la relación, y tal vez aún oramos fervientemente, pero no damos. Amar al prójimo es darse en las más diversas maneras.

Por último, nuestra relación con Dios: “…en una vida… pura, basada en la verdad”, tenemos una buena relación con Dios cuando ésta se fundamenta en la verdad; él conoce nuestras flaquezas y debilidades, pero a pesar de ello nos quiere como hijos; el descubrimiento más grande del hijo pródigo, fue que a pesar de todo, su padre aún le amaba. Al enfrentarnos con el Padre debemos ubicarnos en el privilegio y el compromiso del amor recibido

Melchor Suárez Prada.

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